viernes, 3 de junio de 2016

ENTRE LOS CAPRICHOS INFANTILES Y LAS CONTRADICCIONES DE LA REALIDAD

El Cronista

Una de las principales lecciones que vamos aprendiendo los padres a lo largo de los años es la de poder decir a nuestros hijos que hay cosas que por más que parezcan agradables hoy, pueden tener consecuencias negativas en el futuro así como aquello que puede ser molesto en el presente, genera resultados positivos más adelante.

De esta manera vemos que pedirles que dejen de comer caramelos es una tarea complicada pero la consecuencia inmediata puede ser un indeseado dolor de panza. En contraposición a esto, pedirles que se laven los dientes suele ser una tarea ardua y desgastante.

Esto es así porque los niños no pueden tener claro el beneficio inmediato de una acción que no les gusta de modo que la misma requiere de cierto tipo de incentivo extra o de ‘convencimiento’ para lograr que pase de ser un acto producto de la coerción a un ‘hábito saludable’.

Argentina estuvo más de diez años comiendo caramelos y sin lavarse los dientes. Claramente para cualquier dirigente es muy sencillo no pedir esfuerzos ni dar malas noticias y resulta mucho más fácil que convocar al pueblo a decidir colectivamente como forjamos un futuro sustentable en el tiempo.

Luego de varias crisis, hemos aprendido (o lo estamos haciendo) que el exceso de dulces puede terminar mal, y cierto criterio de responsabilidad fiscal tiene hoy más consenso que hace dos décadas, sobre todo porque luego de desbarajustes prolongados pudimos sufrir en carne propia los costos del atracón o la falta de hábitos saludables.

El problema está en la forma en la que salimos del anterior estado de cosas sin generar una hipoglucemia generalizada, quitar todos los caramelos de la mesa y pedirle a la gente que comience a lavarse los dientes tres veces por día, puede ser saludable en el largo plazo pero es difícil y hasta injusto si se lo implementa de un momento para otro.

Allí radica el desafío al Gobierno, que le toca reordenar cuentas que son la consecuencia de no dar malas noticias durante 10 años y no eran sustentables en el tiempo. Esta tarea solo se logra si la verdad se instala como criterio central en la toma de decisiones de modo tal que aunque se elijan caminos que no sean los mejores, todos sepamos las consecuencias de ello.

El descalabro de los juicios del sistema previsional tiene magnitudes homéricas y es producto de un esquema de funcionamiento que permitió sostener una ecuación donde unos evadían y todos pagábamos la cuenta. No se puede soslayar el hecho evidente que si todos hubieran realizado sus aportes al sistema de seguridad social, y por otro lado el estado no hubiera dilapidado estos recursos, no haría juicios que pagar y los haberes serian los que deben ser.

En este punto el blanqueo propuesto en estos días en el marco de la llamada reparación histórica a jubilados y pensionados, resulta justo pero paradójico, toda vez que aquellos que con su evasión fiscal deterioraron el sistema y por lo tanto la calidad de vida de millones de argentinos, serán ahora quienes están invitados a dar el paso para repararlo, con un costo muy inferior al que se ahorraron con su evasión.

Esta es la parte más difícil de digerir pero vale pensar que el beneficio que obtiene el que blanquea se supone que es igual o inferior que el que percibe la sociedad en función de los impuestos y ventajas que implicará el nuevo stock de riqueza declarado en los próximos meses.

El éxito de este proceso, de existir, tendrá varios fundamentos secundarios y uno central que es el relativo a que esta vez no solo hay una oferta del blanqueo por parte del Estado sino que por primera vez en décadas, hay una demanda de blanqueo por parte de los evasores y aun los pequeños ahorristas quienes ven aquí una especie de ‘último tren’ para regularizarse.

Resta recorrer el largo camino del debate parlamentario donde desde lo conceptual aparecen posiciones sumamente sensatas como la del senador Miguel Pichetto, quien en una muy interesante entrevista que le hicieron el lunes, lejos de sacarle el cuerpo al tema, propone abordarlo con la madurez que requieren estos problemas, los cuales implican valorar el tamaño del sapo que nos vamos a tragar los contribuyentes que estamos al día pero con los pies en la tierra respecto de los costos y beneficios que esta iniciativa supone.

Si deseamos que el tiempo que viene sea de desarrollo sostenible, deberíamos discutir los temas con madurez pero sin perder la sensibilidad por los que menos tienen. Esto quiere decir que alguna vez podamos evolucionar a modos de funcionamiento donde entendamos que hay que comer menos caramelos y lavarse los dientes, pero dicha tarea debe ser pareja y sin excluir a los privilegiados de siempre.

No sea cosa que mientras todos hacemos el esfuerzo, terminemos beneficiando a un par de nenes caprichosos que siempre comieron caramelos y nunca se lavaron los dientes, total el papá les pagaba el dentista, con la plata de todos nosotros.

1 comentario:

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